Aunque la Psicología
logró convertirse en una disciplina científica sólo después de
los trabajos del austriaco Sigmund Freud (1856-1939), sin embargo
desde tiempos muy antiguos, en todas las culturas, el hombre ha
atesorado clasificaciones, observaciones y explicaciones acerca de la
conducta humana, a veces ingenuas, a veces sorprendentemente agudas.
Así como suele decirse que todo hombre es un aprendiz de filósofo, también
puede decirse que todos tenemos algo de psicólogos.
En la cultura occidental
el primer gran paso fue dado (como en muchos otros aspectos) en la
Antigua Grecia. Por un lado los filósofos (como Platón y
Aristóteles) centraron su atención en "el alma", tratando
de explicar el proceso del conocimiento y distinguiendo sus
capacidades (inteligencia, voluntad y memoria). Por otro lado los
médicos (como Hipócrates y Galeno) ya intuyeron la importancia del
cerebro para las actividad racional, así como la existencia de
"enfermedades mentales" y su relación con el cuerpo. No en
vano se acuñó en esta época el famoso aforismo: "mens sana in
corpore sano" (= mente sana en cuerpo sano. Juvenal, Sátiras 10, 356).
Los pensadores cristianos
(como Agustín, Tomás de Aquino, Duns Scoto) conservaron los aportes
clásicos y contribuyeron a una mejor clasificación y comprensión
especialmente de la relación entre inteligencia y voluntad. Y
gracias a los filósofos y médicos árabes (como Avicena y Alfarabi)
también se recobró y profundizó en la descripción y clasificación
de distintas enfermedades mentales.
Todos estos conocimientos
fueron bien acogidos en Europa y en parte causaron el brillo
intelectual de la Alta Edad Media. Un ejemplo de esto fue Guillermo
de Auvernia († 1249),
también conocido como Guilelmus Alvernus o Guilelmus Parisiensis,
que además de sus abultados escritos teológicos también nos ha
dejado testimonio de su curiosidad por distintos aspectos del saber
en su obra De universo. Entre los escritores eclesiásticos
(en aquel entonces y actualmente) la creencia en espíritus y fuerzas
sobrenaturales les lleva a hilar fino en algunas cuestiones (como en
el caso de endemoniados y visionarios) en las que se debe discernir
entre desorden mental y actividad sobrenatural. Es sintomático notar
que entre los mejores autores medievales existe la tendencia a usar
con reserva el recurso a lo sobrenatural para explicar desgracias o
conductas extrañas. Todo lo contrario ocurrió durante la Edad
Media Tardía, en escritores como Johannes Nider y Henricus Institoris (los
padres de la posterior literatura europea sobre brujería), que
poco a poco dieron rienda suelta a toda clase de relatos fantásticos.
Leamos a continuación un
pasaje de Guillermo de Auvernia en la que describe casos que ilustran
cómo la mente humana puede fabricar sensaciones que son evidente y
completamente irreales para los demás, pero que el enfermo las
experimenta como indudablemente ciertas, autoconvicción que se
demuestra falsa.
Recuerdo que conocí a un varón honesto y
religioso, el cual mientras me exponía y relataba la enfermedad
que padecía, incluso durante el mismo relato, le parecía ver
grandes ratones negros intentando subir por encima de sus ropas
hasta su cabeza, y no cesaba este sufrimiento en él, ya que
estaba en horror y temor constante. [...]
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Memini me vidisse virum bonum et religiosum, qui
cum mihi exponeret et narraret aegritudinem quam patiebatur, etiam
in ipsa narratione huiusmodi, videbatur sibi videre mures magnos
et nigros tentantes ascendere desuper vestimenta sua ad caput
suum, et non cessabat passio haec in ipso, propter quod erat in
horrore et timore continuo. [.....]
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En verdad hubo en mis tiempos un hombre que creía
ser un gallo, con una creencia tan terca que de ningún modo se la
podían quitar. Y esto también lo llevaba a no querer usar de
ningún modo el lenguaje humano, sólo imitaba el canto del gallo
con todas sus fuerzas.
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Fuit namque tempore meo vir qui credebat se esse
gallum, adeo pertinaci credulitate quod ab ipsa nullo modorum
poterat averti. Et ad hoc etiam deductus erat quod loquela humana
nullatenus uti volebat, galli vocem tantum pro viribus effigiabat.
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También hubo otro que firmemente creía estar
muerto y por eso deliraba que de ningún modo ni debía ni podía
comer con las personas vivas; hasta que otro, simulando que él
también estaba muerto, le sugirió que podía y debía comer con
él, ya que también estaba muerto como él y ninguno de los dos
estaba entre los vivos. [....]
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Fuit et alius qui mortuum se indissuabiliter
credebat et propter hoc inter homines vel cum hominibus viventibus
se nec debere nec posse comedere ullatenus delirabat. Donec quidam
alius, simulans se similiter mortuum, suggessit ei quia cum eo et
poterat et debebat comedere, cum esset mortuus sicut et ipse cum
viventibus autem neuter eorum. [....]
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[....] pero hay otros casos de enfermedades más
profundas, tenaces e intrincadas y por eso difícilmente se curan,
y producen que uno se imagine que es rey, tal como vi en un
enfermo, que creía ser cualquier ave voladora, y a veces pensaba
que era el Hijo de Dios, a veces el Espíritu Santo, alguna vez el
Mesías de los judíos (al cual todavía esperan, y el mismo al
que los cristianos llaman Anticristo). Y esto mismo abiertamente
declaraba ser, es decir, que él era el Anticristo.
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[...] alie vero sunt intimioris infectionis atque
tenacioris magisque adhaerentis et ideo difficile curantur, et
faciunt ut quis videatur sibi rex esse, ut vidi patientem, qui
putabat se esse avem, quocunque vellet, volantem, et interdum
putabat se esse Filium Dei, interdum vero Spiritum Sanctum,
quandoque vero Messiam iudaeorum (quem et adhuc expectant,
ipsumque gens christianorum nominat Antichristum). Et hoc ipsum
esse aperte dicebat, videlicet quod ipsemet erat Antichristus.
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Y con esta misma enfermedad se mezcla a veces la
sugestión diabólica, que los cristianos llaman "espíritu
de blasfemia". Y es un sufrimiento muy pernicioso puesto que
es un tormento horrible e intolerable y que solo se cura por
virtud divina.
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Et cum ipso morbo interdum immiscet se suggestio
diabolica, quam gens christianorum vocat "spiritum
blasphemiae". Et est passio perniciosissima quoniam
intolerabilis et horrificae vexationis et sola virtute divina
curabilis
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Guilielmus Alvernus, De universo,
secunda pars secundae partis, cap. 35. (Opera omnia, Parisiis, apud
Dupuis 1674, vol. 1, p. 878).