Con la palabra latina
“requiem” en primer lugar se designa cierto conjunto de oraciones
que usa, o usaba, la Iglesia católica en diversos tipos de servicios
religiosos por los difuntos (velatorio, misa de exequias o
conmemorativa, entierro, etc.); y se les denominó así precisamente
porque todas ellas empezaban con las palabras “requiem aeternam
...” En segundo lugar “requiem” designa un variado conjunto de
composiciones musicales que se basan o inspiran en dichas oraciones o
al menos en los sentimientos de muerte y tristeza que evocan.
En este artículo quiero
detenerme solo en el primer aspecto, es decir, en el origen,
desarrollo y análisis del réquiem “religioso”, no de las
multiformes creaciones musicales que se engloban bajo la etiqueta de
“réquiem”. A pesar de esto, escribo este artículo, al igual que
he hecho otros sobre himnos medievales, pensando en los cultores de
música clásica, y en especial la música coral, que buscan
información fidedigna sobre este tema.
Naturalmente desde los
primeros siglos los cristianos rodearon la muerte de sus seres
queridos con muestras de piedad y cariño. Sabemos que en los
entierros se recitaban oraciones y se cantaban salmos, y que las
tumbas de los mártires fueron lugar privilegiado para sus
celebraciones religiosas. Sin embargo todo esto era fruto de la
espontaneidad de los participantes, pues no existían ni oraciones
“especiales”, ni un orden establecido.
Particular del "Juicio Final" de Miguel Ángel. La idea católica del purgatorio promueve la idea que se puede ayudar a los difuntos. Foto: Web Gallery Art. |
Cuando el cristianismo se
volvió religión oficial y el culto empezó a desarrollarse,
comenzaron a multiplicarse los libros litúrgicos, unos recopilando
oraciones e himnos, otros reuniendo lecturas bíblicas para las
celebraciones, otros con normas y pautas para los sacramentos, etc.
Estos libros litúrgicos nacían en monasterios o sedes episcopales,
pero ya que al respecto no existían normas eclesiásticas
universales, existía una gran variedad y libertad en la admisión o
modificación de oraciones y otros muchos detalles rituales. Esta
producción literaria litúrgica va a girar sobre todo en torno a dos
actividades: la celebración de la misa (cuya expresión final más alta
serán los misales) y el rezo de las Horas (cuya expresión final más alta
serán los breviarios).
Si en esas variopintas
colecciones buscamos un ritual de difuntos (es decir un conjunto de
oraciones escritas ad hoc), vemos que todavía no existe una
Missa pro defunctis, por ejemplo, en el Missale Francorum
(Cod. Vat. Reg. lat. 257) del s. VI, ni en el Missale Gothicum
(Cod. Vat. Reg. Lat. 317) del s. VII, ni en el Missale Gallicanum
Vetus (Cod. Vat. Pal. lat. 493) del s. VIII. Pero aparecen en el
Sacramentarium Leonianum (Codex Veronensis LXXXV, olim 80;
Muratori, Liturgia Romana Vetus, I, col. 451-453) del s. VII,
en el Sacramentarium Gallicanum (Muratori, o. c., II, col.
914-915), recién a finales del s. VIII, en el Sacramentarium
Gregorianum (varios códices; Muratori, o. c., II, col. 213-221)
de finales del s. IX. Hay que añadir que estos textos son distintos
a los de la famosa misa de réquiem; solo el Sacramentarium
Gregorianum cita únicamente, y solo una vez y fuera del contexto
de la misa, las antífonas “requiem aeternam dona ei, Domine”, y
“in memoria aeterna erit iustus”.
Por otro lado en la
Liturgia de las Horas ya aparece bien formado un Officium
defunctorum, por ejemplo en el Antiphonarium del monje
Hartker (St. Gallen, Cod. Sang. 391, p. 196 ss., del s. X), donde
entre otras oraciones encontramos esta (p. 198-199):
R/: Dales, oh Señor, el descanso eterno, y
brille para ellos la luz perpetua.
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R/: Requiem aeternam dona eis, Domine, et lux
perpetua luceat eis.
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V/: Tú que resucitaste del sepulcro al fétido
Lázaro, Tú dales, oh Señor, el descanso, y brille para ellos la
luz perpetua.
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V/: Qui Lazarum resuscitasti a monumento
foetidum, Tu eis Domine dona requiem, et lux [perpetua luceat
eis].
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R/: Líbrame, oh Señor, de la muerte eterna en
ese día terrible, cuando los cielos y la tierra se han de
estremecer.
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R/: Libera me, Domine, de morte aeterna in die
illo tremendo, quando coeli mouendi sunt et terra.
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V/: Yo estoy tembloroso y tengo miedo, ya que
llegará el examen y la ira futura.
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V/: Tremens factus sum ego et timeo, cum
discussio uenerit atque uentura ira.
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V/: Ese día será un día de ira, día de
calamidad y desgracia, día terrible y muy amargo.
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V/: Dies illa, dies irae, dies calamitatis et
miseriae, dies magna et amara ualde.
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V/: ¿Qué, pobre de mí, qué diré, o qué
haré? Pues nada de bueno diría ante tal juez, siendo que el
justo se salvará a duras penas y el inicuo será condenado ante
el tribunal del juez.
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V/: Quid, ego miserrimus, quid dicam, aut quid
faciam? cum nil boni perferam ante talem iudicem, quando uix
iustus saluabitur et iniquus condemnabitur ante tribunal iudicis.
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En este texto encontramos
por un lado la antífona “Requiem aeternam” y por otro lado unas
líneas de un autor anónimo: “Liberame Domine … tribunal
iudicis”, que con gran habilidad conecta el tema de la muerte con
la idea del fin del mundo y el Juicio Final, creando un escenario
grandioso (aeterna, tremendo, coeli et terra, irae, magna, valde)
sobre el cual dibuja con trazos geniales la figura pequeña y
temblorosa del creyente (tremens, ego, timeo, miserrimus). Este
enfoque novedoso e impactante tendrá éxito y la idea será
desarrollada en los siglos siguientes.
Parece evidente que este
texto estuvo inspirado en el profeta Sofonías 1, 15-16:
Un día de ira será aquel día, día de
tribulación y angustia, día de calamidad y desgracia, día de
tinieblas y oscuridad, día de nubes y tormenta, día de trompeta
y griterío contra los muros de la ciudad y las almenas elevadas.
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Dies irae dies illa, dies tribulationis et
angustiae, dies calamitatis et miseriae, dies tenebrarum et
calignis, dies nebulae et turbinis, dies tubae et clangoris super
civitatis munitas, et super angulos excelsos.
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El "Liberame, Domine" en el Antifonario del monje Hartker. |
Antes de seguir también
fijémonos en el pasaje más afortunado (pues está entre los más antiguos que ha
durado hasta hoy) y que dio nombre a este género litúrgico:
“Requiem aeternam dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis”.
Este pasaje está inspirado en el cuarto libro de Esdras, un escrito
apócrifo de finales del s. I, que sin embargo fue muy apreciado por
la Iglesia y en muchas ediciones de la Vulgata solía colocarse al
final para indicar que aunque no era auténtico sin embargo era
edificante. El pasaje que lo inspira es el siguiente:
4 Esd 2, 34-35
34. Y por eso os digo a vosotros, gentes que
escucháis y entendéis: aguardad a vuestro pastor, que os dará
el descanso de la eternidad, pues está cerca aquel que vendrá en
el fin del mundo.
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34. Ideoque vobis dico, gentes quae auditis et
intellegitis: expectate pastorem vestrum, requiem aeternitatis
dabit vobis, quoniam in proximo est ille, qui in finem saeculi
adveniet.
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35. Estad preparados para los premios del reino,
porque la luz perpetua brillará para vosotros por toda la
eternidad.
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35. Parati estote ad praemia regni, quia lux
perpetua lucebit vobis per aeternitatem temporis.
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Volviendo al desarrollo
de la misa de difuntos, podemos ver que en el Missale benedictinum
ad usum Trecensem (BNF Ms lat. 818) del s. XI, f. 187r,
únicamente se cita el “Liberame, Domine, de morte aeterna”, y no
en la misa, cuyas oraciones son totalmente distintas. En cambio en el
Rituale antiquum Orseriense (Grand-St-Bernard, Ms 03, olim
10091) f. 59v-61r, del s. XIV, ya encontramos las mismas oraciones y
en el mismo orden que en el réquiem del misal tridentino, con la
única ausencia de la secuencia “Dies irae”.
El último elemento
distintivo del réquiem tridentino llegaría en el s. XIII con la
inserción de la secuencia “Dies irae, dies illa”. Una
“sequentia” es un himno que de modo extraordinario se inserta
entre la última lectura bíblica y la proclamación del Evangelio.
Al principio este recurso se usaba solo en las misas de algunas
fiestas importantes, pero poco a poco se multiplicaron por decenas.
La reforma litúrgica de Trento las recortó drásticamente (solo
quedaron 5) y la reforma del Vaticano II solo ha conservado dos
(Pascua y Pentecostés) como obligatorias.
Para explicar el origen
de la secuencia “Dies irae, dies illa” debemos primero entender
el concepto de “tropo” (aquí solo me refiero al fenómeno en la
liturgia medieval). Se llama tropo a la ampliación o alteración de
un texto litúrgico por medio del añadido de un nuevo texto. Este
fenómeno surgió con fuerza en el s. IX junto con el desarrollo del
canto gregoriano. Los textos largos (salmos, himnos, lecturas
bíblicas, etc.) son fáciles de musicalizar con las técnicas
gregorianas, pero existen textos litúrgicos importantes que son
demasiado breves (aleluya, amén, kyrie eleison, etc). Para
que el efecto no sea demasiado pobre se utilizó la técnica llamada
“melisma”, es decir aumentar el número de notas asignadas a la
misma vocal (el característico a-a-a-a-a-a-a-a-a-men). La técnica
gustó y se desarrolló y complicó de tal manera que era difícil
recordar las notas. Entonces a algunos se les ocurrió introducir
textos (naturalmente acordes con el tenor del texto principal) para
mejor recordar la melodía (cualquiera que ha cantado, sabe que es
más difícil recordar una melisma que una melodía en que el texto
va cambiando): y así surgieron los primeros tropos. Oigamos como lo
relata uno de los grandes compositores de este género, el monje
Notkerus:
Siendo entonces un jovenzuelo y ya que con
frecuencia las larguísimas melodías confiadas a la memoria
escapaban a mi inestable y pequeño espíritu, comencé a darle
vueltas en qué modo podía retenerlas.
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Cum adhuc iuuenulus essem et melodiae longissimae
sepius memoriae commendatae instabile corculum aufugerent,
coepit acitus mecum uoluere quonammodo eas potuerim colligare.
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Pero entretanto ocurrió que cierto presbítero
de [la abadía de] Jumièges, hacía poco devastada por los
normandos, vino a nosotros, trayendo consigo su antifonario, en el
que algunos versos estaban musicalizados como secuencias, pero ya
entonces muy viciados, de modo que quedé tan deleitado al verlos,
como amargado al oírlos; sin embargo empecé a componer a
imitación de ellos.
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Interim uero contigit prespiter quidam de
Gimedia, nuper a nortmannis uastata, uenire ad nos,
antiphonarium suum deferens secum, in quo aliqui uersus ad
sequentias erant modulati, sed iam tunc nimium uiciati,
quorum ut uisu delectatus, ita sum gustu amaricatus; ad
imitationem tamen eorundem coepi scribere.
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Notker, Liber
hymnorum, Einsiedeln, Stifsbibliothek, Codex 121 (1151), del s.
X, f. 429r-429v:
Los tropos primero fueron
pues pequeños fragmentos que se añadían al canto del aleluya o el
kyrie, pero pronto crecieron y se convirtieron en obras con propia
personalidad, creándose incluso cuando no se cantaba el aleluya
(como en la misa de difuntos): Así surgen las secuencias que, libres
de la estrechez del texto litúrgico o bíblico, desarrollan con más
libertad y amplitud la idea de la fiesta litúrgica. Empezaron pues
como simple florecillas ornamentales y después algunas de ellas se
convirtieron en auténticos árboles.
En el caso de la
secuencia “dies irae dies illa” debemos buscar su punto de
arranque en el himno, arriba visto, “Liberame, Domine, de morte
aeterna”, que pertenece al Oficio de Difuntos de la Liturgia de las
Horas. De hecho la secuencia inicia simplemente alterando la tercera
estrofa del “Liberame”, que decía “dies illa dies irae”.
Aquí el nuevo compositor recoge la posta y con versos magistrales
nos pinta un gran cuadro del Juicio Final (1-6) y luego desgrana con
diversos matices la súplica del creyente, que va pasando del terror
ante el Dios que es Juez, aunque antes ha sido Salvador (7-12), a la
confianza humilde y sosegada en el buen Dios (13-17). Poco tiempo
después debió añadirse las estrofas 18 y 19, ambas de distinta
mano. La estrofa 18 fue añadida porque tenía un argumento similar,
aunque los versos siguen otro ritmo. La estrofa final fue añadida
para mejor acomodarla a su uso en la misa de difuntos y subrayar la
petición central de esa liturgia.
La secuencia "Dies Irae" en un misal tridentino de 1577. |
Esta secuencia suele
atribuirse a Tomás de Celano sin embargo la fuente de esta
información, el cronista Bartholomaeus Pisanus (c. 1401), no lo
afirma con seguridad:
…. y se dice que compuso el himno de difuntos
que se dice en la misa, o sea el “Dies illa dies irae” etc.
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…. et prosam de mortuis quae dicitur in missa,
scilicet “Dies illa dies irae” et cet. dicitur fecisse.
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Bartholomaeus Pisanus, De
conformitate, XI, 2,en Analecta
Franciscana IV, 1906, p. 530
A esto se añade que los
cronistas franciscanos más cercanos a Tomás de Celano no dicen nada
al respecto. Sea su autor un franciscano, o no, lo cierto es (si
seguimos el rastro de los manuscritos) que esta secuencia primero
aparece en los libros litúrgicos de los conventos franciscanos de
Italia en el s. XIII, y gracia al impulso franciscano se difundió a
sus zonas de influencia: sur de Alemania y Francia; en cambio en
lugares como España e Inglaterra no hay rastro de esta secuencia
antes del s. XVI. Debido a la importancia que adquirieron los
franciscanos en la jerarquía italiana y en el campo de la liturgia,
esta secuencia se volvió habitual en la praxis romana.
Cuando a mitad del s. XVI
el Concilio de Trento impuso la praxis litúrgica romana como la
única legítima, la secuencia “Dies irae” fue una de las pocas
que se salvó, y desde entonces se convirtió en patrimonio común de
todos los católicos. Según el misal tridentino, esta secuencia solo
se incluía en la celebración de todos los fieles difuntos (2 de
noviembre) y en las misas de exequias (las popularmente llamadas “de
cuerpo presente”). En el breviario tridentino también se mantuvo
el “Liberame, Domine”, en el oficio nocturno. Esta oración ya
que también se rezaba (entre otras) junto al féretro, solía
pronunciarse también en el contexto de la misa de exequias. Por eso
aunque no forma estrictamente parte de la misa de difuntos, sin
embargo es usado por los compositores musicales, ya que de hecho
también se usa en las exequias.
Las cosas se mantuvieron
inalteradas hasta el s. XX (solo la iglesia francesa, que gozaba de
libertades especiales, cambió un par de estrofas del “Dies irae”)
cuando a la secuencia le tocó vivir su propio “dies irae”, pues
la reforma litúrgica del Vaticano II consideró que exageraba la
idea de castigo y terror y por lo tanto, junto con otras oraciones,
fue excluida del nuevo misal. Solo se salvaron el introitus
(Requiem aeternam dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis) y la
antífona antes de la comunión (Lux aeterna luceat eis, Domine,
etc.), que todavía se conservan.
Me gustaría aprender latín,hoy averiguando una frase que decía mi madre en Rosario, me encontré contigo y Vi que estaba mal escrito y ya lo corregí.
ResponderEliminar¿Es muy difícil aprender latín?
No es difícil para los que hablamos castellano, pues nuestra lengua deriva del latín, pero hay que aprender sus peculiaridades gramaticales. Con un poco de empeño se puede aprender lo básico en poco tiempo.
EliminarSiempre he tenido la inquietud sobre aprender latin
ResponderEliminarCon un poco de perseverancia puedes avanzar bastante. Bienvenido
ResponderEliminar¡Hola! Gracias por tu entrada, has resuelto muchas de mis inquietudes acerca del clásico Requiem. Un saludo desde Murcia.
ResponderEliminarBuenas noches, señor Pedro. Saludos desde Colombia. Soy un entusiasta del aprendizaje del latín en sus varias formas: arcaico, vulgar, clásico, eclesiástico, poético y científico. Gracias por sus grandes enseñanzas de latín, literatura e historia.
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