Últimamente
me han planteado varias preguntas referidas al cambio de escritura en
oraciones y textos bíblicos en latín. De hecho, mucha gente imagina
que la Biblia ha sido y es algo inmutable. Quizás pueden aceptar que
en las traducciones a lenguas modernas haya variaciones, pero se
piensa que los textos de la Biblia en latín son algo definitivo y
que nunca han variado. Por eso vamos a dar una rápida mirada a la
historia de los textos bíblicos en latín, desde su origen hasta
hoy. Ojo: no vamos a ver la historia de toda la Biblia, sino solo de
la Biblia en latín.
Los
libros más antiguos de la Biblia fueron escritos, como es lógico,
en lengua hebrea: así se formó la mayor parte de libros del Antiguo
Testamento. A causa de diversas guerras, parte de la población
hebrea fue desterrada (la primera gran Diáspora fue el a. 586 a. C.)
y se fundaron colonias judías fuera de Israel, especialmente en la
zona de territorio del imperio babilónico-asirio y en Egipto. Después
de las conquistas de Alejandro Magno (†
323 a. C.) todas esas regiones quedaron imbuidas con la
cultura helenística y el griego (junto al arameo) se convirtió en una lengua
internacional. En este ambiente cultural es cuando en algunas
comunidades judías de la Diáspora se escribieron algunos libros del
Antiguo Testamento y también se realizó la primera traducción al
griego de aquellos libros escritos en hebreo: es la llamada Biblia de
los LXX o Septuaginta.(s. III - II a. C.). También hubo pequeñas secciones escritas en arameo.
Cuando
surge el cristianismo, aunque los apóstoles y evangelistas eran
todos hebreos y hablaban arameo, sin embargo no escribieron en esas lenguas, sino en
griego (quizás algo en arameo), en parte porque la cultura helenística
dominaba en esa región, en parte porque su propósito era llegar a
ese público: así aparecieron todos los libros del Nuevo Testamento
(s. I).
Es
lógico pensar que a medida que se extendió el cristianismo
surgieron traducciones de los textos sagrados al latín (que era la
lengua oficial del imperio y dominante en Inglaterra, Galia,
Germania, Hispania, Europa oriental y norte de África) y a muchas otras lenguas
regionales. En los tres primeros siglos, bajo la amenaza de las
persecuciones, la traducción fue un trabajo sin duda entusiasta y
sincero pero parcial y de irregular valor: alguno traduciría los
salmos, otro los evangelios, alguno lo haría con más devoción que
talento, pero también hubo buenas traducciones.
Después
del triunfo del cristianismo (s. IV) aumentó el número de ediciones
y traducciones de los textos bíblicos, pero al mismo tiempo la
Iglesia se encontró con numerosos problemas internos, es decir con
herejías o dudas sobre cómo interpretar diversas cuestiones de fe.
El problema se agravaba por el hecho que no existía una “lista
oficial” que indicase qué libros eran sagrados, ni existía una “edición
oficial” de la Biblia. Además la praxis litúrgica también
reclamaba uniformidad.
A estas
antiguas traducciones latinas se les denomina con el título
colectivo de “Vetus latina”. El primero que intentó recopilarlas
de modo científico fue el monje benedictino Pierre Sabatier (†
1742). Actualmente un instituto de investigación está recopilando
todos los fragmentos de esas antiguas traducciones. Hasta hoy ya han
reunido 27 volúmenes.
Fue
el ambicioso e inescrupuloso papa Dámaso I (†
384) quien tuvo el mérito de encargar el a. 382 a san Jerónimo (†
420) una edición fidedigna de los Evangelios y los Salmos. San
Jerónimo dedicó el resto de su vida a traducir y comentar, no solo
esos, sino todos los libros bíblicos. El fruto de todo su esfuerzo fue
la llamada Biblia “Vulgata”.
Pero
téngase en cuenta que un trabajo tan extenso no debe verse como un
todo monolítico: hubo muchos libros en los que san Jerónimo casi
mantuvo la misma traducción anterior a él (por ejemplo en el Nuevo
Testamento solo hizo una nueva traducción de los Evangelios y una
revisión más a fondo de las Cartas de san Pablo), algunos libros no
los tradujo (Sabiduría, Eclesiástico, Baruc, Macabeos I - II) y en
el caso de los Salmos hizo tres traducciones distintas: la primera
(c. 384, llamado Salterio Romano) que fue más bien una revisión de
una antigua traducción latina, otra (c. 391, llamado Salterio
Galicano) a partir de la versión griega de los LXX, y la tercera (c.
399, llamado Salterio iuxta hebraicum), que él
consideró la mejor, a partir del texto hebreo.
A
partir del s. VII la versión de san Jerónimo se convirtió en la
versión dominante que todos siguieron en el mundo latino, en parte
gracias a su buena acogida en la praxis litúrgica y en la jerarquía
católica latina. En época carolingia se amplificó la difusión del
Salterio Galicano, y quedó relegado el Salterio iuxta hebraeos
que san Jerónimo había considerado el mejor. El texto
dominante entonces fue la edición del erudito Alcuino de York. En el s. XIII
fue la Universidad de París la que producirá la edición
predominante de la Biblia de san Jerónimo.
Aunque
la obra de san Jerónimo aportó un texto bastante fidedigno y una
razonable uniformidad, sin embargo con el paso del tiempo se fue
corrompiendo. Ya que en aquella época los libros se escribían a
mano, era cosa fácil que el cansancio o el descuido introdujeran
erratas en los textos. Era fácil que el siguiente copista repitiese
el error y añadiese otros nuevos. Durante los claroscuros de la Edad
Media y la decadencia en el conocimiento del latín, las cosas
empeoraron, de modo que unos mil años más tarde, en el s. XVI, en
tiempos de la Reforma de Lutero y el Concilio de Trento, de nuevo
surgió la necesidad de una edición fidedigna de la Biblia y que
esta vez tuviese una explícita aprobación oficial.
El 8
de abril de 1546 el Concilio de Trento decretó la revisión de la
Vulgata, pero poco se hizo hasta que Pío V lo impulsó en 1569. Tras
la muerte de ese papa, de nuevo la obra quedó suspendida. En 1586 de
nuevo se volvió al trabajo gracias al impulso del devoto franciscano
Felice di Peretto, teólogo y humanista, que con el nombre de Sixto
V había sido elegido papa en 1585, y que ya había trabajado en una
nueva edición de la biblia griega de los LXX y su traducción
latina. Las prisas por publicar una obra tan extensa y compleja le
jugaron una mala pasada y cuando publicó su Biblia el 1º de marzo
de 1590, fue recibida con numerosas y justificadas críticas debido a
que el texto presentaba numerosas y evidentes erratas y omisiones.
Sixto V reconoció que se necesitaba una nueva edición pero la
muerte (27/agosto/1590) le impidió concluir su proyecto. Siguieron
en rápida sucesión tres papas, mientras la pugna entre Francia y
España acrecentaban el clima de inestabilidad. En 1592 fue elegido
Clemente VIII, que entre sus primeras decisiones ordenó la
publicación de la llamada Vulgata Sixto-Clementina o tridentina
(9/noviembre/1592). Por las circunstancias, esta edición no fue
mejor que la anterior, pero no se quiso mantener una cosa así en
suspenso más tiempo, quedando en el aire la idea que más adelante
se volvería a realizar una revisión más a fondo. Pequeños
retoques se hicieron en 1593 y 1598, pero en los siglos siguientes
nadie más tuvo el valor de acometer una obra tan necesaria como
dificilísima.
Adán y Eva en la Biblia de Moutier-Grandval (BL Add ms 10546, c. 830-840). Esta Biblia, producida en Tours, sigue el texto revisado por Alcuino de York |
Fue
recién a principios del s. XX cuando los nuevos problemas planteados
por el Modernismo sobre la Biblia impulsaron al papa León XIII a
crear la Pontificia Comisión Bíblica y en 1907 el papa Pío X
ordenó que se iniciase una revisión crítica de la Biblia en latín.
La tarea se encomendó a un grupo de eruditos benedictinos.
Pronto
se vio que la tarea era de una magnitud colosal, lo cual se agravó
con el estallido de la Primera y después la Segunda Guerra Mundial,
pero sobre todo por una serie de dificultades doctrinales que
impedían avanzar la obra en la dirección adecuada. Así en marzo de
1945 papa Pío XII apenas podía publicar un nuevo Salterio latino,
que no contentó ni a los nostálgicos ni a los impulsores de lo
nuevo, y tuvo poca repercusión. La obra prosiguió con lentitud y la
comisión de benedictinos solo llegó a publicar a duras penas los
libros del Antiguo Testamento.
La
nuevas perspectivas en materia bíblica instauradas por el Concilio
Vaticano II (1962 - 1965) finalmente despejaron las dificultades
doctrinales y en 1965 Pablo VI creó una comisión que reanudase los
trabajos con todo el material acumulado. Entretanto muchos estudiosos
se adelantaron y sacaron sus propias ediciones, entre las cuales hay
que mencionar la edición crítica de la Vulgata (Bibliae sacrae
iuxta Vulgatam versionem) dirigida por Robert Weber y publicada en
Stuttgart 1969 (quinta edición en 2007), y que hoy es reconocida
como la mejor edición científica de la Vulgata de san Jerónimo.
La
comisión vaticana publicó en 1969 el Salterio y en 1971 el Nuevo
Testamento. Finalmente el 25 de abril de 1979 Juan Pablo II publicó
la edición oficial de la “Nova Vulgata Bibliorum Sacrorum Editio”.
En
1986 se publicó una segunda edición de la Neovulgata latina con
algunas correcciones. En 1998 se volvió a reimprimir esta última
edición.
Para
mejor visualizar las diferencias entre estas distintas ediciones,
veamos el famoso Salmo 23 que en castellano comienza con las palabras
“El Señor es mi pastor”.
En
la primera columna la versión de la edición científica de R. Weber
que es la mejor aproximación al texto original de la traducción de
san Jerónimo (iuxta hebraicum). En la segunda columna la
versión de la Biblia tridentina que recoge la versión más
difundida en la liturgia de la Iglesia, que es traducción de la
versión griega de los LXX y revisada por san Jerónimo. En la última
columna la versión de la Neovulgata, que es el actual texto oficial
de la Biblia católica y que debe usarse también en la liturgia en
latín.
Vulgata Weber (Sal 22)
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Sixto-Clementina 1592 (Sal 22)
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Neovulgata (Sal 23)
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1 Canticum David
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1 Psalmus David.
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1. Psalmus. David.
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Dominus pascit me nihil mihi deerit
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Dominus regit me, et nihil mihi deerit:
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Dominus pascit me, et nihil mihi deerit;
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2 in pasculis herbarum adclinavit me super
aquas refectionis enutrivit me
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2 in loco pascuae, ibi me collocavit. Super
aquam refectionis educavit me;
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2. in pascuis virentibus me collocavit, super
aquas quietis eduxit me,
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3 animam meam refecit duxit me per semitas
iustitiae propter nomen suum
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3 animam meam convertit. Deduxit me super
semitas justitiae propter nomen suum.
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3 animam meam refecit. Deduxit me super semitas
iustitiae propter nomen suum.
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4 sed et si ambulavero in valle mortis non
timebo malum quoniam tu mecum es virga tua et baculus tuus ipsa
consolabuntur me
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4 Nam etsi ambulavero in medio umbrae mortis,
non timebo mala, quoniam tu mecum es. Virga tua, et baculus tuus,
ipsa me consolata sunt.
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4 Nam et si ambulavero in valle umbrae mortis,
non timebo mala, quoniam tu mecum es. Virga tua et baculus tuus,
ipsa me consolata sunt.
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5 pones coram me mensam ex adverso hostium
meorum inpinguasti caput meum calix meus inebrians
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5 Parasti in conspectu meo mensam adversus eos
qui tribulant me; impinguasti in oleo caput meum: et calix meus
inebrians, quam praeclarus est !
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5 Parasti in conspectu meo mensam adversus eos,
qui tribulant me; impinguasti in oleo caput meum, et calix meus
redundat.
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6 sed et benignitas et misericordia subsequetur
me omnibus diebus vitae meae et habitabo in domo Domini in
longitudine dierum
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6 Et misericordia tua subsequetur me omnibus
diebus vitae meae; et ut inhabitem in domo Domini in longitudinem
dierum.
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6 Etenim benignitas et misericordia
subsequentur me omnibus diebus vitae meae, et inhabitabo in domo
Domini in longitudinem dierum.
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