martes, 4 de febrero de 2014

Horacio: Sapere aude. Incipe



Quinto Horacio Flaco ( 8 a. C) es un poeta romano que siempre ha gozado de popularidad: fue apreciado entre prestigiosos autores romanos como Ovidio y Quintiliano, en la Edad Media se valoró las vehementes llamadas a la virtud de sus Epistulae, en el Renacimiento Petrarca lo tomó como modelo de poeta, y en los siglos siguientes sus ediciones se multiplicaron y muchos de sus versos se han convertido en slogan populares, como el famosísimo “carpe diem” (Odas 1, XI 7).

Cada época parece haber encontrado en la poesía de Horacio algo en que reflejarse. El poeta cristiano Prudencio ( c. 413) no dudaba en considerar a Horacio una especie de “cristiano anónimo” y las burguesías occidentales han creído identificar su “aurea mediocritas” (Odas 2, X, 5) con una vida apartada de la política o por lo menos de “los extremismos”, mientras que los fascistas y gobiernos militaristas estaban encantados con su “dulce et decorum est pro patria mori” (Odas 3, II, 13). Esto es posible en gran parte por culpa (o mérito) del mismo Horacio que tuvo un pensamiento ecléctico. Mientras que el poeta Lucrecio era un ferviente apóstol del epicureísmo y cada verso de su obra proclama su fe, no ocurre lo mismo en Horacio. Aunque estudió en Grecia y conoció bien las dos corrientes rivales y de moda, el estoicismo y el epicureísmo, sin embargo no llegó a optar abiertamente por ninguna. En sus escritos hallamos guiños a ambas corrientes, aunque en sus últimas obras su preferencia parece inclinarse más claramente hacia el epicureísmo. De todos modos Horacio siempre se detiene en los aspectos comunes (la exhortación a la virtud, la crítica a las pasiones, el elogio a la vida sobria del sabio) y evita entrar en las cuestiones cosmológicas, antropológicas y teológicas que dividían ambas corrientes.
"Horacio". Oleo de Adalbert von Rössler ( 1922)
A continuación, para saborear algo de su estilo directo un pasaje de uno de sus famosos poemas: la dirigida al joven Lolio Máximo (Epístolas 1, 2, vv. 32-54).

Vehemente exhortación a la virtud
Para matar a un hombre se alzan de noche los ladrones;
¿para cuidarte a ti mismo, no te despiertas? Pero si no quieres correr sano, correrás hidrópico, y si no pides antes que amanezca un libro y una lampara, si no vas a dirigir tu empeño a los estudios y acciones honestas, la envidia y la pasión te torturarán despierto. Pues ¿por qué te apresuras a remover lo que molesta a los ojos, si lo que está en el alma, difieres la hora de curarlo de año en año?
Ut iugulent hominem surgunt de nocte latrones; [32]
ut te ipsum serues, non expergisceris? Atqui
si noles sanus, curres hydropicus, et ni
posces ante diem librum cum lumine, si non [35]
intendes animum studiis et rebus honestis,
inuidia uel amore uigil torquebere. Nam cur,
quae laedunt oculos, festinas demere, siquid
est animum, differs curandi tempus in annum?
Quien empieza, tiene la mitad de la obra; ¡atrévete a saber! ¡Empieza! Quien retrasa la hora de vivir rectamente, espera como el rústico mientras el río fluye: pero este, rápido, corre y correrá por todos los siglos. Dimidium facti, qui coepit, habet; sapere aude!
Incipe! Uiuendi qui recte prorogat horam, [41]
rusticus expectat dum defluat amnis: at ille
labitur et labetur in omne uolubilis aeuum.
Inutilidad de las ambiciones
Se busca plata y para procrear niños una fértil
esposa y se someten los bosques incultos con el arado:
a quien le toca lo suficiente, que no desee nada más.
Ni la casa ni la finca, ni los montones de bronce y oro apartan la fiebre del cuerpo enfermo del amo, ni las cuitas del alma: es necesario que el dueño tenga salud, si piensa gozar felizmente de los bienes acumulados.
Quaeritur argentum puerisque beata creandis
uxor et incultae pacantur uomere siluae: [45]
quod satis est cui contingit, nihil amplius optet.
Non domus et fundus, non aeris aceruus et auri
aegroto domini deduxit corpore febrem,
non animo curas: ualeat possessor oportet,
si conportatis rebus bene cogitat uti. [50]
Al que arde en deseo o teme, la casa y los bienes le valen tanto como las pinturas al legañoso, los paños tibios al gotoso, las cítaras a las orejas afligidas por la suciedad acumulada. Si el recipiente no es puro, todo lo que metes, se agria.
Qui cupit aut metuit, iuuat illum sic domus et res
ut lippum pictae tabulae, fomenta podagram,
auriculas citharae collecta sorde dolentis.
Sincerum est nisi uas, quodcumque infundis acescit.
El texto completo puedes leerlo en este enlace: https://sites.google.com/site/magisterhumanitatis/filosofia/horacio-epistolas-primer-libro/2-a-lolio-maximo


“Si no quieres correr sano, correrás hidrópico”. La sabiduría y la virtud no son elementos opcionales o decorativos en la vida humana que impunemente podemos dejar a un lado. La vida misma se encarga de “castigar” al necio, pues la vida es una carrera que debemos correr: o lo haremos bien, con sabiduría y virtud, y por tanto con felicidad; o lo haremos mal, con necedad y vicios y por tanto desgracia e infelicidad. Esa es la primera gran verdad que Horacio quiere hacer notar, casi gritar, al joven Lolio.
“Para matar a un hombre se alzan de noche los ladrones ¿Para cuidarte a ti mismo, no te despiertas?”. Durante la niñez y la juventud se vive como en un sueño, del cual hay que despertar a prisa, si no quieres que la vida te triture. Todo ser humano que ha llegado a este mundo cuando alcanza la juventud se encuentra en una encrucijada: dejarse arrastrar por el camino ancho de los pasiones o asumir los trabajos del camino estrecho de la virtud.
Si no pides antes que amanezca un libro y una lampara, si no vas a dirigir tu empeño a los estudios y acciones honestas, la envidia y la pasión te torturarán despierto”. Desde Sócrates y Platón toda la filosofía griega ha hecho una ecuación entre saber y virtud: mientras más conocimientos tuviese una persona, más virtuosa sería, pues tenían la convicción que el que obra mal, en el fondo siempre obra por ignorancia; para ellos es extraño el concepto judeo-cristiano de una “gracia y una sabiduría” infundida y revelada externamente desde Dios para alcanzar la perfección. En el caso del epicureísmo este imperativo de “conocer”, adoptaba un carácter más cosmológico, en la medida que a diferencia de las otras corrientes filosóficas, su visión era completamente revolucionaria: el universo estaba formado por átomos que se regían por sus propias leyes, también este mundo, las plantas, animales y el ser humano seguían estas leyes, en las cuales nada tenían que ver los dioses, que vivían apartados e indiferentes a la incesante fragua creadora y destructora de universos, entre cuyo oleaje brevemente el hombre aparece para intentar ser feliz antes de volver a ser engullido por la naturaleza. Solo el que obtiene este saber, según Epicuro, podrá librarse de las angustias de la mente, del miedo a los dioses y a la muerte, y llevar una existencia plena y feliz, en cuanto nos es posible, viviendo solos en un mundo extraño y hostil.
"¡Atrévete a saber! ¡Empieza!" (= sapere aude! Incipe!). Es imperativo que el joven se ponga pronto manos a la obra, que tenga el coraje de empezar a enterarse de cómo son realmente las cosas, empezar a leer y a saber. Y no quedarse boquiabierto ante la vida, como el necio que pierde las horas mirando el río pasar con la absurda esperanza que en algún momento dejará de fluir.
A quien le toca lo suficiente, que no desee nada más.” En esta otra sección Horacio empieza enumerando los pilares de la economía romana: comercio, familia y agricultura (no menciona la conquista) y condena como locura el consagrar todas las fuerzas y el tiempo a “buscar plata”. Pues la ambición y la avaricia suelen consumir el tiempo, el alma y la salud de quienes se hacen sus esclavos, víctimas de una sed insaciable, encadenados a una rueda que no deja nunca de girar. El sabio es el que sabe decir “basta”, sabe qué es lo necesario para vivir, sabe apreciar el valor de las cosas y sabe disfrutar de ellas; se sirve de las cosas, no es esclavo de las cosas. Entonces disfruta y es feliz con lo que tiene, obtiene la dulzura de todas las cosas; en cambio el necio, aunque sea rico, siempre está hambriento, inquieto, disgustado: destruye las cosas y finalmente no obtiene nunca el placer que esperaba. El sabio lo observa y se ríe, porque sabe que “si el recipiente no es puro, todo lo que metes se agria.”