martes, 24 de julio de 2012

San Ambrosio y las riquezas de la Iglesia


A principios del reinado del emperador Graciano (reinó del 375 - 383) la belicosa tribu bárbara de los taifales cruzó el Danubio y asoló las tierras que actualmente forman el norte de Italia, Austria y Eslovenia. Muchos cristianos cayeron en poder de los bárbaros y su destino no parecía otro que ser vendidos como esclavos o asesinados. De hecho los taifales se caracterizaban por su crueldad y unas costumbres extravangantemente lujuriosas.
Pero entonces el obispo Ambrosio de Milán (340 - 397) sorprende a todos con una decisión poco común: manda romper y fundir los ornamentos de la iglesia e incluso los sagrados cálices de la eucaristía y los utiliza para rescatar a los cautivos. Inmediatamente los obispos arrianos, que mantenían un pulso teológico y político con Ambrosio por el control de la diócesis de Milán, vieron la ocasión para acusarlo y desacreditar su actividad pastoral.
Años más tarde en su obra De officiis ministrorum, escrita hacia el a. 391, Ambrosio recuerda aquel conflicto y lo utiliza como columna vertebral de una reflexión sobre el uso de las riquezas en la Iglesia.
Esta vez ya no tiene en mente a los arrianos sino a sus propios correligionarios: a finales del s. IV la Iglesia cristiana católica ya mostraba clara superioridad sobre sus rivales, paganos, judíos o arrianos. El mismo Ambrosio había protagonizado la primera vez que un emperador se había doblegado ante un obispo católico (a. 390: penitencia de Teodosio por la masacre de Tesalónica). A medida que crece el poder de la Iglesia también crecen sus riquezas y Ambrosio teme que se olviden las prioridades, que los que vengan detrás de él no sepan administrar esos bienes conforme a su ejemplo o el del mártir san Lorenzo. ¿Por qué has permitido que tantos pobres mueran de hambre? pregunta Ambrosio a todos los jerarcas de los siglos venideros. ¿Qué le dirás al Señor?.
Mosaico  del s. IV de san Ambrosio, en la capilla de san Vittore in Ciel d'Oro (actualmente parte de la basílica de san Ambrosio, en Milán). Se considera que es el único que refleja su verdadero aspecto.

La gran autoridad de san Ambrosio, lo colocó entre los 4 primeros doctores de la Iglesia, y sus textos fueron muy comentados en los siglos siguientes.
Pongo entre corchetes la referencia en la que el canonista Graciano lo cita en su Decretum. También así están los textos bíblicos que él alude.

De officiis ministrorum libri tres, cap. 2, 28 (MIGNE, PL 16, col 139 -141)

136. Éste es el mayor estímulo de la misericordia: que nos compadezcamos de las desgracias ajenas, que aliviemos las necesidades de los demás en cuanto podamos, y a veces más de lo que podemos.
Pues es mejor por la misericordia dar motivo a sufrir antipatía que mostrarse inclemente; tal como nosotros una vez sufrimos antipatía, porque rompimos los cálices sagrados para redimir cautivos, aunque podía disgustar a los arrianos, y no les disgustó tanto el hecho como que hubo algo de qué criticarnos.
Pero ¿quién es tan duro, insensible, de hierro, al cual le disguste que un hombre sea redimido de la muerte, una mujer de las impurezas de los bárbaros, que son más penosas que la muerte, muchachos, niños o infantes del contagio de los ídolos con los cuales se mancharían por miedo a la muerte?
136. Hoc maximum incentivum misericordiae, ut compatiamur alienis calamitatibus [Dist. 86, cap. 18, § compatiamur], necessitates aliorum, quantum possumus, iuvemus; et plus interdum quam possumus.
Melius est enim pro misericordia causas praestare, vel invidiam perpeti, quam praetendere inclementiam; ut nos aliquando in invidiam incidimus, quod confregerimus vasa mystica, ut captivos redimeremus, quod arianis displicere potuerat; nec tam factum displiceret, quam ut esset quod in nobis reprehenderetur.
Quis autem est tam durus, immitis, ferreus, cui displiceat quod homo redimitur a morte, femina ab impuritatibus barbarorum, quae graviores morte sunt: adolescentulae, vel pueruli, vel infantes ab idolorum contagiis, quibus mortis metu inquinabantur?
137. Aunque aquello lo hicimos por una buena razón, sin embargo nos presentamos al pueblo para declarar, y explicamos que fue mucho más apropiado que custodiáramos más las almas para el Señor que el oro. Pues quien sin oro envió a los apóstoles, sin oro congregó a las Iglesias.
La Iglesia tiene oro: no para guardarlo, sino para distribuirlo y auxiliar en las necesidades. ¿Qué necesidad hay de custodiar algo que no sirve para nada?
¿Acaso ignoramos cuánto oro y plata se llevaron los asirios del templo del Señor? ¿Acaso no es mejor que los sacerdotes lo fundan para alimento de los pobres, si faltan otros medios, a que el sacrílego enemigo se los lleve y contamine? ¿Acaso no nos dirá el Señor: "¿Por qué has permitido que tantos pobres mueran de hambre? Y ciertamente tenías oro: les hubieras dado alimento. ¿Por qué tantos cautivos han sido puestos en venta, y los no rescatados han sido muertos por el enemigo? Hubiera sido mejor que conservaras los vasos vivientes más que los de metal".
137. Quam causam nos etsi non sine ratione aliqua gessimus; tamen ita in populo prosecuti sumus, ut confiteremur, multoque fuisse commodius astrueremus, ut animas Domino quam aurum servaremus. Qui enim sine auro misit apostolos [Mat, 10, 9], Ecclesias sine auro congregavit.
Aurum Ecclesia habet [Causa 12, quaest. 2, cap. 70]: non ut servet, sed ut eroget et subveniat in necessitatibus. Quid opus est custodire quod nihil adiuvat?
An ignoramus quantum auri atque argenti de templo Domini assyrii sustulerint [2 Rey 25, 13-17]? Nonne melius conflant sacerdotes propter alimoniam pauperum, si alia subsidia desint, quam ut sacrilegus contaminet et asportet hostis?
Nonne dicturus est Dominus: "Cur passus es tot inopes fame mori ? Et certe habebas aurum, ministrasses alimoniam. Cur tot captivi deducti in commercio sunt, nec redempti ab hoste occisi sunt? Melius fuerat ut vasa viventium servares quam metallorum".
138. A esto no se puede responder. Pues ¿qué dirías? ¿Temí que el templo del Señor no estuviera adornado? Él respondería: "Los sacramentos no necesitan oro; ni con oro agrada lo que no se compra con oro".
El adorno de los sacramentos es la redención de los cautivos. En verdad son vasos preciosos aquéllos que redimen vidas de la muerte. Ese es el verdadero tesoro del Señor, el que cumple lo que realizó su sangre. Entonces se reconoce el cáliz de la sangre del Señor en que se lo habrá de ver en ambas redenciones: de modo que el cáliz redima del enemigo, a quienes la sangre redime del pecado.
Qué hermoso que, cuando el ejército de cautivos sea redimido por la Iglesia, se diga: "¡A estos Cristo los redimió!" He aquí el oro apreciable, he aquí el oro útil, he aquí el oro de Cristo que libera de la muerte, he aquí el oro que redime la honestidad y preserva la castidad.
138. His non posset responsum referri. Quid enim diceres? Timui ne templo Dei ornatus deesset? Responderet: "Aurum sacramenta non quaerunt; neque auro placent, quae auro non emuntur".
Ornatus sacramentorum redemptio captivorum est. Vere illa sunt vasa pretiosa, quae redimunt animas a morte. Ille verus thesaurus est Domini, qui operatur quod sanguis eius operatus est. Tunc vas Domini sanguinis agnoscitur eum in utroque viderit redemptionem: ut calix ab hoste redimat, quos sanguis a peccato redimat.

Quam pulchrum, ut cum agmina captivorum ab Ecclesia redimuntur, dicatur: "Hos Christus redemit!" Ecce aurum quod probari potest, ecce aurum utile, ecce aurum Christi quod a morte liberat, ecce aurum quod redimitur pudicitia, servatur castitas.
140. Tal oro reservó para el Señor el santo mártir Lorenzo, el cual, cuando se le preguntó por los tesoros de la Iglesia, prometió que los mostraría. Al día siguiente llevó a los pobres. Interrogado dónde estaban los tesoros que había prometido, mostró a los pobres diciendo: "Estos son los tesoros de la Iglesia".
140. Tale aurum sanctus martyr Laurentius Domino reservavit, a quo cum quaererentur thesauri Ecclesiae, promisit se demonstraturum. Sequenti die pauperes duxit. Interrogatus ubi essent thesauri quos promiserat, ostendit pauperes dicens: "Hi sunt thesauri Ecclesiae".
142. Es necesario que uno desempeñe esta tarea con sincera honestidad y perspicaz providencia. Pues si uno lo tuerce hacia su propia ganancia, es un crimen; pero si lo distribuye a los pobres, redime al cautivo, es misericordia.
142. Opus est ut quis fide sincera et perspicaci providentia munus hoc impleat. Sane si in sua aliquis derivat emolumenta, crimen est; sin vero pauperibus erogat, captivum redimit, misericordia est.

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